Haciendo en todo momento referencia a Sara Joffré (1935-2014), fundadora de la Muestra de Teatro Peruano, durante diez días la Asociación de Artistas Aficionados albergó la XIV Muestra Regional de Teatro Lima-Ica-Callao. La Muestra, clasificatoria a la Nacional de Tacna (octubre, organizada por el grupo Deciertopicante), estuvo animada por una variopinta exposición de quince colectivos (elencos, grupos, asociaciones) que llenaron de teatro independiente el centro de Lima por diez días. 

El resultado fue por demás gratificante. Los organizadores, la propia triple A a través de la extraordinaria gestora cultural que es Ximena Arroyo Seminario, así como los colectivos que apoyaron directamente (en especial Espacio Libre de Barranco, con Diego La Hoz a la cabeza) aseguraron llenos completos para cada fecha. No faltó un solo día en que el público no pugnara por entrar. Esta experiencia, la de volver a centrar el interés de las Muestras en una generación de público me pareció, de lejos, el mayor acierto y la más válida moraleja que este evento dejó. Es claro que el centro de Lima no adolece de falta de público, sino de iniciativas culturales que le indiquen a su público los caminos que conducen al trabajo de sus artistas. Y es claro que los encuentros como la Muestra tienen la fuerza que permite multiplicar el interés por el teatro.

En relación a las obras presentadas, todas ellas fueron reflejo de los hallazgos y dificultades que enfrenta la experiencia del teatro independiente peruano hoy en día. Aunque hay que decir que el público no se dejó arredrar por algunos puntos bajos de espectáculos que aún, claramente, necesitaban trabajarse, es bueno recordar que por largo tiempo las Muestras han cumplido la tarea de único espacio de desmontaje y crítica de lo que se produce, y que por lo general, los colectivos que a ella acuden la encuentran como una suerte de prueba de fuego profesional.

La XIV Muestra fue muy variada. Al final quedaron clasificados seis espectáculos: "Más pequeños que el Guggenheim", del grupo Molinos de Viento quienes retomaron la espléndida obra del mexicano Alejandro Ricaño en una puesta ágil, divertida, que es a la vez una aguda reflexión sobre nuestro propio tema: la producción cultural independiente. Otro clasificado es el experimentado grupo Tirulato, con "Guerra de cuervos y búhos" una adaptación al teatro de un relato del Panchatantra hindú que habla de guerra, paz y las dificultades de encontrar sus puntos intermedios. El elenco del Teatro de Cámara puso en escena a don Ricardo Palma casi redivivo para entregarnos esa versión criolla del Fausto que es "Don Dimas de la Tijereta". Carpe Diem, joven grupo, presentó "Arlequín Rey" una psicologista  versión del tradicional personaje de la commedia dell´arte. Natalio Díaz es el jovencísimo autor de "Jugando con la nada", una muy buena puesta del propio Díaz en que se enhebran recuerdos, juegos y la vocación de un escritor en ciernes. Cierra el grupo de clasificados directos "Cuento del hombre que vendía globos", el texto de Gregor Díaz, uno de nuestros más interesantes autores, en la actualizada, desenfadada versión del grupo VI Butacas. A ellos se sumará el bello trabajo que regaló la propia AAA, "El soplador de estrellas" una obra para niños que se aleja, sin perder la alegría y la esperanza, de esas historias de ilusiones infundadas y violencia que son los cuentos de hadas, y con las que generalmente machacamos a nuestros hijos.

Fueron seleccionados como suplentes la hiperrealista "Un extraordinario homenaje" de Daniel Dillon por el grupo Camaleón andante, y "Café y Rejas" de Teatro del Riesgo.

No es difícil encontrar elementos que conectan estas obras, a pesar de su diversidad estética. Uno de ellos nos abre la puerta a discutir, precisamente, la condición del artista de teatro en el mundo contemporáneo. Es como si al convocar a un encuentro de teatro independiente, los artistas respondieran con asumidas (o no) cuestiones sobre la naturaleza del propio teatro independiente, del teatro que dicen estar haciendo. 

En este sentido, desde luego, la Muestra Regional de Lima nos deja múltiples preguntas e inquietudes. ¿Estamos ante un momento de inflexión de la categoría "independiente" en el teatro peruano? ¿Tienen aún el concepto alguna validez para pensar las líneas de trabajo de los colectivos de hoy en día? ¿Hacia dónde ir para entender cómo está estructurado el campo teatral actual?

Para los que venimos siguiendo/participando de la movida así llamada "independiente" en el teatro peruano de las últimas tres décadas, el asunto resulta central. Y creo que para todo el sistema teatral peruano también debiera serlo.  

Lo primero que hace falta volver a pensar es el concepto de teatro independiente. Usado con excesiva soltura, el término que se acuñó en los años 80 para oponerse a un, así llamado, teatro comercial o adinerado, hoy corre el riesgo de ser una leyenda urbana. Si solo se tratara de un teatro que no depende del Estado, como sin duda lo es, todo el teatro peruano sería parte de la movida independiente. No teniendo elencos teatrales nacionales, ni puestas auspiciadas permanentemente por el estado, toda nuestra producción, la de gran presupuesto y la de pequeño, cabe dentro de la noción. Incluso cuando existió una Dirección Nacional de Teatro, las formas de producción de los elencos de teatro nacional fueron, a mi modo de ver, también básicamente independientes.

Cuando antes se enunciaba la independencia se aludía indirectamente también a otros conceptos que por escondidos son ahora ilegibles: teatro de grupo, teatro experimental, teatro de circuitos populares o alternativos, teatro de agitación política. Hoy todo esto parece absolutamente difuso. Un joven participante de la Muestra me preguntó, con toda sabiduría y simpleza, "¿pero independientes de qué?" Urge saber responde a esta simple pero gran pregunta: ¿Independiente de la política partidaria, de la influencia religiosa, del poder económico y corporativo? ¿Independiente del mainstream del teatro de Lima? ¿Independiente de la cultura oficial que aparece en El Comercio? ¿O será que para los colectivos que trabajan en otras ciudades del Perú (incluidos los conos del área metropolitana) "independiente" también quiere decir liberarse de las agendas estéticas y sociales del teatro de Lima? ¿Hay que ser independiente del Estado pero también independiente de los empresas? ¿O es que el teatro es ahora ya una empresa independiente?

Ahora que ha pasado tanta agua bajo el puente, que se ha escenificado tanta historia, dentro y fuera de los teatros, parece tiempo de preguntarse si acaso todavía existe aquello que llamábamos casi con fiereza hace unas décadas, un teatro independiente peruano.


(Agradezco la fotografía de la obra Mas pequeños que el Guggenheim, por José Arroyo)